domingo, 6 de abril de 2008

LEYENDO A ANTONIO MACHADO


Las peladas ramas del jazmín enderezan de pronto
su fragante amago. Más ecos que flores, atolondran los sentidos
como la magnolia de noche: blancas como las páginas que leo,
con la prosa estampada en el margen izquierdo de la hoja
y en el derecho las manchitas como de esquisto de las estrofas
y la costura: río que encuaderna su propio lenguaje.
El genio de España se eriza como el cardo. ¿Qué provocó eso?
¿Las vainas de un tiempo seco, el calor que corre con rizos cadenciosos,
negros volantes fruncidos y la curvatura de una garganta blanca?
Todo resonancias, asociaciones e inferencias,
el acento de Antonio Machado, aun traducido,
los verbos en la tierra, los sustantivos en las piedras y los muros,
todo inferencia, resonancia y asociación,
el azul distanciamiento de España de los balcones abiertos con bugambilias,
cuando brotan blancas flores de los cuernos de un toro,
blancas flores de jazmín cual blancas almas de monjas.
Jacas en marcha bajo pinos de montaña, en otoño,
cebollas, y la ristra, los bulbos de plata del ajo, el crujido
de las monturas y el agua ligera riñendo sobre las claras piedras
de nuestros caminos abrasados en agosto, toman cuerpo en estas estrofas
por el calor agrietadas: inferencias, resonancias, asociaciones.

DEREK WALCOTT
SANTA LUCÍA

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