sábado, 5 de abril de 2008

GRANADA


Tierra roja y cruda, amasa el olivo plateados verdes
bajo el golpazo del viento como capa que moldea el coche,
atormentados olivos más pequeños de lo que imaginabas,
al tiempo que una tristeza, no inmensa, sino medida,
disminuye su distancia en el intenso barullo del camino
que agranda asombrosa Granada. Así se lee España,
hacia atrás, como el recuerdo, como el árabe, montañas
y previsibles cipreses que confirman que el único tiempo
es el pasado, donde yace una falta que es de España por entero.
Se retuerce en el tronco del olivo, boquea en el ocre eco de pétrea ladera, como seco brocal de pozo: "Lorca".
Las aceitunas negras de sus ojos, el pan remojado en su platito.
Un hombre de camisa blanca, rasgada y manchada de vino,
un traje negro, suelas de cuero que tropiezan con las piedras.
No puedes quedarte afuera, al margen de eso; y los otros sobre la colina al raso, el staccato del fuego de las carabinas,
de los tobillos de la bailarina, la O del cantaor de flamenco
y la boca de la guitarra; ellos están allí, en Goya,
el campesino que muere, los ojos abiertos, en El tres de mayo
donde el corazón de España está.
¿Por qué España siempre sufre?
¿Por qué ellos regresan de esta distancia, de esta lejanía
de cipreses y montañas y olivos que se vuelven plateados?

DEREK WALCOTT
SANTA LUCÍA

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