Ahora que te acercas, indudable,
temida a veces y otras esperada,
quiero decirte algo.
No tengas miedo. Yo no tengo miedo.
El recinto está pronto. Se te aguarda
- huésped de honor, seguro pasajero -
con un temblor que es casi una esperanza.
Todo está pronto ya. Y yo estoy pronta.
Siempre lo estuve. Debes recordarlo:
entonces, yo era joven. Y era la primavera
y el viento acariciaba las cortinas
que se esponjaban para recibirte.
Nunca estuve tan cerca
ni estuviste más próxima.
Eras una presencia.
Casi, tenías formas
y perfume y palabras.
Eras una comarca y un diseño
- calor, sonido, voz y resonancia -
y yo ingresaba en ti como en la sombra
para dormir un sueño
tranquilo, sin terrores.
Después - lo decidiste tú -
era temprano
todavía. Y te fuiste de puntillas
tan en silencio como habías entrado.
Nadie te vio. Y apenas vi tus manos
agitando un saludo.
De tiempo en tiempo, vuelve tu contorno,
adivino tu frente. Pero pasas.
Vas haciendo tu ronda.
En cuántas madrugadas me despierto
con la seguridad de tu llegada.
A mi lado, la soledad espera:
tú me miras - nos miras - y te alejas.
Todavía no es hora.
No temas, indudable. Yo no temo.
Todo está pronto ya. Y yo estoy pronta.
Morir - después de todo - es cotidiano.
Entonces, yo quería - ¿lo recuerdas? -
para cruzar el límite, de escolta,
simplemente, la mano del amigo,
la mirada del hijo. Y una rosa.
Mucho menos tendré.
La mirada del hijo está lejana,
perdida, devorada
- no sé si por el tiempo o la distancia -
la mano del amigo se me tiende
desde tu umbral, ahora.
Y en tu mundo me aguarda.
Sólo estará la rosa.
JULIA PRILUTZKY
ARGENTINA
temida a veces y otras esperada,
quiero decirte algo.
No tengas miedo. Yo no tengo miedo.
El recinto está pronto. Se te aguarda
- huésped de honor, seguro pasajero -
con un temblor que es casi una esperanza.
Todo está pronto ya. Y yo estoy pronta.
Siempre lo estuve. Debes recordarlo:
entonces, yo era joven. Y era la primavera
y el viento acariciaba las cortinas
que se esponjaban para recibirte.
Nunca estuve tan cerca
ni estuviste más próxima.
Eras una presencia.
Casi, tenías formas
y perfume y palabras.
Eras una comarca y un diseño
- calor, sonido, voz y resonancia -
y yo ingresaba en ti como en la sombra
para dormir un sueño
tranquilo, sin terrores.
Después - lo decidiste tú -
era temprano
todavía. Y te fuiste de puntillas
tan en silencio como habías entrado.
Nadie te vio. Y apenas vi tus manos
agitando un saludo.
De tiempo en tiempo, vuelve tu contorno,
adivino tu frente. Pero pasas.
Vas haciendo tu ronda.
En cuántas madrugadas me despierto
con la seguridad de tu llegada.
A mi lado, la soledad espera:
tú me miras - nos miras - y te alejas.
Todavía no es hora.
No temas, indudable. Yo no temo.
Todo está pronto ya. Y yo estoy pronta.
Morir - después de todo - es cotidiano.
Entonces, yo quería - ¿lo recuerdas? -
para cruzar el límite, de escolta,
simplemente, la mano del amigo,
la mirada del hijo. Y una rosa.
Mucho menos tendré.
La mirada del hijo está lejana,
perdida, devorada
- no sé si por el tiempo o la distancia -
la mano del amigo se me tiende
desde tu umbral, ahora.
Y en tu mundo me aguarda.
Sólo estará la rosa.
JULIA PRILUTZKY
ARGENTINA
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